Ganar, o al menos disputar una Copa Mundial de la FIFA, es una manera segura de dejar huella en el libro de oro del fútbol. Pero, para pasar a la historia, un solo instante, una fracción de segundo en la que la razón se nubla y el instinto toma la iniciativa, puede ser suficiente. Porque aunque los jugadores pasan la mayor parte del tiempo preparándose tanto física como mentalmente para los partidos, son esas dosis de incertidumbre las que hacen del deporte rey un espectáculo mágico plagado de momentos inolvidables. Algunos de estos ramalazos pueden granjear a sus autores el apelativo de "genio" o de "loco".

Como no puede ser de otra manera, hay que empezar por el jugador más imprevisible de todos, uno de los mejores de la historia y, en todo caso, el más laureado en la escena mundial (¿mera coincidencia?). De hecho, el brasileño Pelé es tan conocido por los goles que falló como por los que efectivamente materializó. En la segunda categoría encontramos el que obró en la final de Suecia 1958: tras elevar la pelota por encima del último defensa, enganchó de volea y marcó. Algo inédito en Europa en aquella época, y tan sorprendente como efectivo. "Amagué con subir, pero volví hacia atrás. Por eso el defensa quedó medio dudando, y dejó que pasase el balón. Ahí lo maté con el pecho, él pensó que yo iba a chutar. Entró con el pie y le hice el sombrero. Era una cosa a la que los europeos no estaban acostumbrados. Estaban habituados a lanzarse contra el rival, porque todo el mundo disparaba directamente. Yo ni dejé que la pelota cayese, tiré e hice gol", recordaba O Rei. Parece tan fácil cuando él lo explica…

Doce años después, en el primer partido de Brasil en México 1970, el guardameta checoslovaco Ivo Viktor debió tomar al delantero brasileño por un demente cuando intentó colarle un globo desde el círculo central. Sin embargo, loco se habría vuelto él si el balón que chutó Pelé no hubiera errado el blanco por escasos centímetros. Fue una jugada genial que mereció mejor suerte.

Lo mismo vale decir de su autopase sin tocar el balón en semifinales contra Uruguay, que dejó al mundo entero con la boca abierta. Un recordatorio, por si alguien lo había olvidado, de que Pelé tenía ese algo especial que algunos llaman locura y otros genialidad. El defensa italiano Tarcisio Burgnich, que sucumbió en la final ante semejante talento, confirmó lo que todos ya sospechaban: "Antes del partido, me decía a mí mismo: es de carne y hueso, como yo. Luego comprendí que estaba equivocado".

Prever lo imprevisible
Burgnich no es el único que ha experimentado esa sensación de impotencia. Porque, ¿cómo se puede prever lo imprevisible? Por ejemplo, durante la tanda de penales de la final de la Eurocopa 1976, entre Checoslovaquia y la República Federal de Alemania, ¿cómo podía imaginar el portero alemán Sepp Maier que Antonin Panenka iba a amagar un disparo a plena potencia para finalmente picar la pelota al fondo de las mallas con un toquecito?

"Sólo un genio o un loco podía intentar algo así", oímos cada vez que un jugador transforma un penal de manera audaz. El francés Zinédine Zidane pasó del uno al otro en 120 minutos durante la final de Alemania 2006. Un momento de brillantez le permitió burlar a Gianluigi Buffon desde los 11 metros; y otro de insensatez, la agresión a Marco Materrazzi, lo envió al vestuario antes de la conclusión del choque. Lo que no sabremos nunca es si también le impidió poner el broche de oro a su carrera con un segundo trofeo mundialista.

Otra final de la Copa Mundial, otro penal y otro momento de inspiración. El alemán Andreas Brehme, férreo defensa zurdo, otorgó la victoria a los suyos en 1990 al transformar la pena máxima ¡con el pie derecho! ¿Iluminación divina, táctica prevista de antemano? Nada de eso: "No pensaba en nada. ¡Sólo quería que la pelota entrara!", rememoró el lateral germano paraFIFA.com. A veces, lo más simple es lo más efectivo.

Pero los porteros no siempre son las víctimas del instinto depredador de los delanteros. Ellos también tienen sus momentos de irracionalidad. Al colombiano René Higuita hasta le pusieron el apodo de El Loco por sus excentricidades. Su mayor golpe de efecto tuvo lugar en Wembley, en el transcurso de un amistoso contra Inglaterra cuando, en vez de bloquear normalmente un disparo lejano con las manos, se dejó caer hacia delante para despejar la pelota con los talones. Así nació "el escorpión", que dejó al público estupefacto."Dicen que hay que estar un poco loco para ser un buen portero", nos confirmó años después el arquero cafetero.

Del psiquiátrico al olimpo
A Higuita no le temblaron las piernas, pero Bruce Grobbelaar no puede decir lo mismo. En 1984, en la final de la Copa de Europa contra el AS Roma, el cancerbero del Liverpool ganó él solito la tanda de penales. Antes del lanzamiento de Bruno Conti, se puso a mordisquear las redes. Y después, cuando le tocó el turno a Francesco Graziani, caminó hacia la portería como si estuviese borracho y empezó a hacer movimientos extraños con las piernas. Ambos lanzadores erraron sus tentativas, y el arquero zimbabuense entró en el olimpo de los Reds, aunque su comportamiento fue más propio de un psiquiátrico.

Los dos desafortunados jugadores romanos quizás se consolaron pensando que, si hubiesen lucido la camiseta del Inter de Milán, el fallo les habría costado mucho más caro. Alessandro Altobelli destacaba tanto por su exquisito arte con el esférico como por su temperamento, dado que era capaz, en un momento dado, de volver loco a cualquier rival, o incluso a sus propios compañeros. Y si no que se lo pregunten al alemán Hansi Müller, que lo vivió en carne propia durante un encuentro de liga contra el Avellino disputado en 1983. Tras errar un pase, vio cómo su conmilitón italiano se le venía encima y lo abofeteaba en pleno partido.

Otro que tenía un comportamiento imprevisible era el francés Jean-Pierre Papin, que marcó sus mejores goles gracias a inspiraciones geniales. Pero ni él mismo puede encontrar una explicación plausible: "Es difícil analizarse a uno mismo. De todas formas, poco importa que te salten los plomos delante de todo el mundo o cuando estás solo. El caso es que un día u otro te saltan".