lunes, 12 de julio de 2010

GANARON ESTA BIEN, PERO LEAN EL RESPETO HACIA UN PROFESIONAL, POCO USADO EN ESTOS PAGOS ¿NO?

Vicente Del Bosque, un señor de los pies a la cabeza

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Vicente Del Bosque es un hombre tranquilo, taimado, con nervios de acero. No posee la verborrea con la que otros entrenadores venden humo, pero cuando habla, habla muy claro. Tras el descalabro contra Suiza en el primer partido, salió al día siguiente a dar una rueda de prensa que duró el tiempo que hizo falta. Sentado, tranquilo, sin un mal gesto, fue contestando a todas las preguntas que los periodistas quisieron hacerle. Por más que intentaron tocarle la fibra, ni se inmutó: armado de paciencia atendió a todos hasta que ya no quedaba nada más que preguntar.

Antes de eso, había tenido que lidiar con el absurdo debate sobre si la convocatoria de Valdés podía sembrar la cizaña en el grupo. Después llegó el debate sobre el doble-pivote. Yo mismo lo planteé en estas páginas, aunque de un modo meramente futbolístico. Mientras tanto, los ventajistas, lo acomplejados, los ignorantes, aquellos que no ven jugadores españoles sino miembros del equipo del que son hooligans, empezaron a girar el carrusel de los idiotas: que si Del Bosque no tenía sangre en las venas, que si apenas había entrenado en la élite, que lo único que había ganado en el Madrid había sido porque tenía jugadores con los que ganaría cualquiera…

Pero Del Bosque siguió a lo suyo, seguro de que el trabajo, el esfuerzo de los suyos, acabaría por poner a cada uno en su sitio. Fueron pasando las rondas y el seleccionador tomó decisiones clave. Mantuvo a Busquets y Alonso a pesar de todo, desatascó el partido contra Portugal con la salida de Llorente, rompió la pana con el sorprendente recurso de Pedro contra Alemania… Y, poco a poco, con toda la humildad que puede caber en un cuerpo humano, fue dirigiendo a sus chicos al lugar que les pertenecía por derecho: la final del Mundial.

El partido fue terrible. Si nosotros sufrimos viéndolo por televisión, imaginaos lo que tiene que ser estar a pie de campo. Tener que contemplar como le dan una patada en el pecho a Xabi, tener que ver como levantan del suelo a Iniesta con una entrada salvaje o como le clavan los tacos justo delante de su cara… Y protestó como nunca lo había hecho, se fue a por el cuarto árbitro, a por el linier, a por el desgraciado de Howard Webb cuando se dejó ver por la banda. Pero, al mismo tiempo, no dejó de pedirle calma a sus chicos, no paró de llevarse el dedo índice a la sien para exigirles que tuvieran cabeza, que no se dejaran llevar por la espiral de violencia de un rival que se quedó sin premio y sin honor.

Iniesta marcó el gol que nos dio la victoria soñada. Grande, su segundo, su fiel compañero de fatigas, saltó con júbilo del banquillo, mientras los suplentes recorrieron la banda en busca de la melé más bonita de la historia. Y Del Bosque apenas se permitió apretar los puños y no tardó nada en volver a lo suyo. “Cabeza, chavales, cabeza. Vamos a acabar esto. Concentración, chicos, concentración…”. Y llegó el final y con él la apoteosis de todo el país. Pasados los primeros minutos de caos, Casillas se acercó a él y organizó un pequeño grupo para mantear al jefe. Pero el jefe no quería ser el centro de atención, no quería chupar cámara, se conformaba con contemplar la felicidad de sus chicos.

Vicente Del Bosque, un señor de los pies a la cabeza, un tipo que sabe manejar grupos como nadie, ha dirigido a nuestra mejor generación de futbolistas a lo más alto del fútbol mundial. Pero él no es un hombre de muchas palabras, no le van las grandes celebraciones. Esta tarde, mientras recorra con el equipo la capital de España, mientras sea recibido por los reyes, mientras observe a los miles y miles de personas que saldrán a la calle a darle las gracias, él no dejará de pensar en el momento en que pueda marcharse a casa, con los suyos, con los que siempre están con él de manera incondicional. Y compartir con ellos la inmensa felicidad que su naturaleza le impide exhalar delante de los focos. Gracias, Del Bosque, muchas gracias.

Foto | Steindy