La conjura de una historia amarga
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El pasado 16 de junio, en Durban, los jugadores de España salieron del vestuario con los ojos muy abiertos, listos para dirigirse a los periodistas y explicar cómo era posible que ellos, los vigentes campeones de Europa, hubiesen perdido su primer partido ante la modesta Suiza. Ninguno de ellos, ni el cerebral Xavi, ni el joven Pedro, ni el omnipresente Carles Puyol, presentaba esa mirada angustiada que suele asociarse a un comienzo caótico en una Copa Mundial. “Ha sido un partido raro”, declaraba a FIFA.com el actual máximo goleador del equipo, David Villa, en una serena valoración de la situación.

España, presente en 12 fases finales, se ha visto superada por el peso de las expectativas con demasiada frecuencia en la cita mundialista, sin conseguir nunca hacer honor a su etiqueta, prácticamente cuatrienal, de favorita en la sombra. La derrota por 1-0 en su estreno en Sudáfrica 2010, ante la defensiva Suiza de Ottmar Hitzfeld, parecía la continuación lógica de la triste historia de la Roja en la Copa Mundial de la FIFA, marcada por los resultados por debajo de lo esperado y por un nerviosismo exacerbado.

Sin embargo, el equipo reaccionó de manera espectacular, rescatando ese estilo y esa elegancia que, en 2008, lo llevaron a proclamarse campeón de Europa por segunda vez en su historia. Los españoles han dejado en la cuneta selecciones de la talla de Alemania, Paraguay y Portugal en su cabalgada de ensueño hasta la final y, de paso, han espantado por fin sus fantasmas del pasado.

“La derrota contra Suiza nos reforzó muchísimo”, añadió Fernando Llorente, el espigado ariete que apenas empezaba a abrirse camino en el primer equipo del Athletic de Bilbao hace cuatro años, cuando España arrasó en la primera fase de Alemania 2006 y se plantó en octavos de final con la vitola de favorita. Allí, no obstante, se estrelló contra Francia al cabo de un mal partido.

Un hombre que ha desempeñado un papel esencial en esa sensación de confianza renovada es el barcelonista Carles Puyol. El defensa central no es ajeno a las inexplicables penurias de España en la competición mundialista. De hecho, ya disputó la edición de 2002, cuando la selección española, comandada por las figuras del Real Madrid Raúl y Fernando Hierro, quedó apeada en los penales de un choque de cuartos muy tenso contra el país anfitrión, la República de Corea. Ahora, a sus 32 años, el legendario trabajo incansable y la combatividad de Puyol hacen que España parezca mucho más que una simple colección de jugadores técnicos y frágiles. Su imponente gol de cabeza que significó la victoria contra Alemania en la semifinal, sin duda, ha contribuido a aliviar los sufrimientos del pasado.

Un historia de traspiés
David Villa también está rayando a gran altura en esta fase final, donde sus 5 goles en 6 encuentros lo han convertido en un firme candidato al título de máximo goleador del campeonato. El ambicioso delantero nació en Langreo, en la misma región minera (Asturias) que Luis Enrique, a quien un codazo del defensa italiano Mauro Tassotti le rompió la nariz en los cuartos de final de Estados Unidos 1994. Un penoso lance tras el que perdió medio litro de sangre y también el partido. Cuatro años después, en Francia, el equipo volvió a viajar rodeado de unas altas expectativas que, ya en su compromiso inicial, se encargó de desbaratar una fabulosa Nigeria. Tras caer derrotada por 3-2 en aquel choque clásico de Nantes, España no pudo pasar del empate ante Paraguay, lo que convirtió a su posterior paliza a Bulgaria (6-1) en una infructuosa y triste continuación de una tradición indeseable.

Algunas de sus actuales estrellas, como Fernando Torres, Pedro y Cesc Fábregas, ni siquiera habían nacido cuando España albergó el Mundial en 1982. Anteriormente, el combinado español solamente había quedado entre los cuatro primeros una vez, en Brasil 1950, y las expectativas de hacer algo grande se dispararon. El seleccionador de entonces, José Santamaría, que jugó en el equipo español que quedó colista de su grupo en Chile 1962, convocó a un variopinto combinado de futbolistas. Las viejas dudas de antaño fueron reapareciendo poco a poco, y la confianza se desvaneció. Así, una derrota ante Irlanda del Norte en la primera fase creó el marco idóneo para lo que acabó siendo un lamentable fracaso.

Cuatro años después, en México 1986, la famosa pareja de madridistas compuesta por Emilio Butragueño y el exquisito Míchel estaba lista para volver a retar al resto del mundo. Sin embargo, después de vapulear a una excepcional Dinamita Danesa por 5-1, en un choque de octavos antológico en el que Butragueño metió 4 goles, España, una vez más, no pudo mantener su ímpetu, y cayó en cuartos tras la tanda de penales ante una Bélgica de Enzo Scifo sorprendentemente sólida. Y la cita de Italia 1990 deparó más de lo mismo. El equipo no estuvo tampoco esta vez a la altura de su caché y, después de quedar primera de grupo con relativa comodidad, se despidió en la primera ronda eliminatoria frente a la Yugoslavia que lideraba Dragan Stojkovic.

Toda clase de teorías se han esbozado para intentar explicar los recurrentes fracasos de España en la competición mundialista; desde presuntas desavenencias en el vestuario azuzadas por la rivalidad entre Real Madrid y Barcelona, hasta un posible complejo de inferioridad psicológica. Aunque, tal vez, todo se haya reducido simplemente a una fatal combinación de nervios y mala suerte. Ninguno de esos factores, no obstante, parece haber afectado a esta mejorada reencarnación de la Furia Roja. El actual equipo; humilde, brillante con el balón en los pies y aparentemente imperturbable en su amplio abanico de recursos para frustrar a los rivales, bien podría haber hallado la respuesta. “Hemos demostrado que en los momentos importantes estamos a la altura de las circunstancias”, afirmó Villa, centrado únicamente en marcar goles e, indirectamente, desafiando la dolorosa relación de España con la historia del fútbol.