Pelé, Jairzinho, Rivelino, Tostao, Gérson, Félix: Los héroes del setenta reviven sus días de gloria
Aunque parezca ayer para algunos, pasaron ya 30 años de aquel momento en que Brasil entró en los anales de la historia al ganar el trofeo Jules Rimet por tercera vez. No sólo ganaron la Copa Mundial, sino que lo hicieron en forma totalmente convincente, con un fútbol delirante y extravagante jamás visto. La extraordinaria escuadra del técnico Mario Zagalo derrotó a Italia por 4 a 1 en el estadio Azteca de Ciudad de México el 21 de junio de 1970, satisfaciendo no sólo las expectativas de una escuadra, sino también de una nación entera.
El trofeo se quedó para siempre en sus manos y la conquista simbolizó el deseo del equipo de querer demostrar que el fútbol brasileño seguía siendo el mejor, pese a la actuación decepcionante cuatro años antes en Inglaterra. Después de sus conquistas en 1958 y 1962, la selección brasileña había perdido el hilo al confiar demasiado en jugadores veteranos.
|
En 1966 fuimos a Inglaterra con las expectativas del pueblo brasileño de que ganaríamos la copa por tercera vez consecutiva, pero la selección no era muy fuerte y estaba mal preparada. Aquel revés hizo que enfocáramos el Mundial de México con mayor determinación, recuerda Jairzinho. Entrenamos más de tres meses en Río antes de viajar a México, con dos sesiones de entrenamiento diarias. En la mañana nos concentrábamos en la preparación física y la resistencia, en la tarde practicábamos con el balón.
Gerson había experimentado personalmente la ventaja que llevaban los europeos desde el punto de vista de preparación física en 1966. "Nosotros sabíamos jugar, ellos sabían correr", cuenta con cierto sarcasmo. En los preparativos de Brasil para México, la técnica y la condición física fueron los puntos más importantes. Actualmente, a la edad de 59 años, Gerson vive en Niteroi y es el secretario de juventud de la ciudad, además de ser el director del Proyecto Gérson, un programa de beneficencia para el sin número de niños desamparados de la región. Sus opiniones francas lo han convertido en un experto muy popular en la radio y la televisión.
El sino sonríe en Rivelino
Otra cara familiar en Television Bandeirantes es el compañero de Gerson, Roberto Rivelino. El antiguo centrocampista, quien sigue llevando su famoso bigote, se dedica a la Escuela de Fútbol Roberto Rivelino y continúa jugando al fútbol con los veteranos. Rivelino no hubiera figurado en el plantel de la selección del setenta si no hubiera sido por la Federación Brasileña que había decidido cambiar de entrenador a comienzos de 1970. El entonces director técnico Joao Saldanha, quien consideraba a Rivelino como mero sustituto, fue reemplazado por Zagalo por presión del Gobierno. Saldanha no se había granjeado la simpatía del régimen militar: poco después de asumir el mandato, el Presidente Medici invitó a la selección a un almuerzo en el Palacio Presidencial, pero Saldanha rehusó alterar el programa de entrenamiento para permitir que los jugadores puediesen aceptar la invitación.
Pero fue en marzo de 1970, después de un partido contra Argentina, que se colocó definitivamente la soga al cuello. Cuando un reportero le preguntó por qué no había incluido a Dario en el equipo, Saldanha respondió irritado que él consideraba que Roberto de Botafogo y Tostao eran mejores. El reportero le recordó que Dario era el jugador favorito de Medici y Saldanha replicó: "Yo no elijo el gabinete del Presidente y él no puede elegir mi equipo".
Su respuesta fue tan sucinta como suicida y Rivelino no duda de que, sin el cambio de entrenador, no hubiera integrado la selección titular. "Zagalo modificó la formación del equipo. Quería tres atacantes y afortunadamente me incluyó", recuerda Rivelino. De modo que, con el nuevo entrenador y el enorme apoyo de los medios informativos brasileños- Rivelino emergió como pilar de los planes de Zagalo. Integrante del plantel del campeón mundial de 1958 y 1962, Zagalo siempre quiso ser entrenador nacional. Nilton Santos, su compañero de antiguas épocas, recuerda: "Mario fue siempre muy dedicado al fútbol", no podía vivir sin él y su experiencia como futbolista le aportó inmediatamente el respeto de sus propios jugadores.
No tenemos un guardameta
Carlos Alberto, dirigente de la defensa y del equipo. |
El arquero Félix |
El especialista en tiros libres, Rivelino |
El antiguo portero describe la presión a la que estaba expuesto en México de la siguiente manera: "Los periódicos escribían constantemente que ‘tenemos un equipo, pero no un guardameta’. Esto me dolía mucho, pero no lo mostraba. Me sentía como si todo el mundo estuviese contra mí". Félix estaba asimismo consciente de la nueva era de la televisión en directo, con millones de telespectadores en todo el planeta mirando los partidos. "Estaba muy nervioso en el primer partido contra Checoslovaquia", sigue contando. De hecho, los checos se habían adelantado sorprendentemente en el marcador antes de que Brasil diera vuelta al resultado y ganara por 4 a 1.
Después de este partido de apertura, reinaba un ambiente eufórico en los vestuarios. Wilson Piazza, el centrocampista que se tuvo que replegar a la defensa como uno de los astutos cambios tácticos de Zagalo, recuerda: "Fue Pelé quien primero habló en el vestuario después del partido. Nos aplaudió y dijo que fue un buen partido, pero que había que mejorar. Luego se sentó junto a mí y me dijo en voz baja: "Si no decimos estas cosas, quizás haya algunos que crean que ya somos campeones mundiales".
Piazza reveló otro detalle de la preparación del equipo: "Cuando llegamos a Guanajato para completar nuestra fase de aclimatación, algunos de nosotros decidimos rezar regularmente. No era un asunto de pedir a Dios que nos ayudase a ganar la copa, sino que rezábamos por diferentes cosas: por los enfermos, los pobres o los prisioneros. Había una fuerza espiritual que nos hacía sentir como una compacta unidad, como una gran familia". Con 57 años de edad, Piazza es un exitoso hombre de negocios en Bello Horizonte y es asimismo el jefe de una organización que ayuda a jugadores y a sus familiares, cuando finalizan sus días de gloria.
En el segundo partido de aquel Campeonato Mundial, Brasil se enfrentó al campeón Inglaterra con un calor sofocante en Guadalajara. Piazza recuerda: "Sabíamos que era la prueba de fuego para nosotros. Fue un encuentro muy equilibrado, con un único gol de Jairzinho que hizo la diferencia entre aquellas dos excelentes escuadras". Tras una victoria por 3 a 2 contra Rumania, Brasil se clasificó como ganador del grupo para enfrentarse en los cuartos de final a Perú, dirigido por el legendario Didí. Este partido emocionante finalizó con la victoria brasileña por 4 a 2 y estableció el récord de Jairzinho de haber marcado goles en todos los partidos.
La venganza es dulce
La semifinal permitió a la escuadra brasileña saldar una cuenta abierta con su eterno rival Uruguay. El encuentro más famoso entre estos dos contentiendes fue la final del Campeonato del Mundo de 1950 en el estadio Maracaná de Río. Se esperaba que Brasil ganara su primera copa del mundo, pero los uruguayos sorprendieron a los dueños de casa con una victoria por 2 a 1. Nunca se había tomado tan trágicamente una derrota como aquella vez. Después de dicho fracaso, Brasil dejó de jugar partidos internacionales durante dos años. Tuvieron que transcurrir cuatro años para que volviesen al Maracaná. Las camisetas blancas que utilizaron en la derrota, quedaron enterradas en el olvido.
Tras 18 minutos de juego en Guadalajara, parecía que Uruguay volvería a robarle las ilusiones a sus vecinos del norte. Un desentendimiento entre Félix y Piazza permitió que el tiro malogrado de Cubillas entrara rodando en la meta brasileña. Por unos momentos, Félix se quedó tumbado en el suelo, tomándose la cabeza de desesperación. Cuando la parcialidad uruguaya comenzó a canturrear "repetimos Maracaná", la escuadra amarilla quería hundirse en un abismo.
Sin embargo, un antiguo monaguillo de 21 años de edad la salvó del desastre. Clodoaldo había nacido en Aracajú, en el norte de Brasil, y era el más pequeño de diez hermanos. Cuando tenía seis años de edad, sus padres murieron en un accidente automovilístico. A partir de los nueve, comenzó a trabajar en un fábrica de café y, siempre que podía, jugaba al fútbol en la calle. Mientras desarrollaba su habilidad futbolística, fue descubierto por el FC Santos y los entrenadores lo alentaron a dejar de trabajar y a concentrarse en su entrenamiento. Cuando sus jefes en la fábrica notaron que perdía interés en el trabajo, lo despidieron. A continuación se dirigió a la Iglesia Católica en busca de ayuda. La iglesia le ayudó en sus momentos difíciles y estuvo luego al servicio de ella varios años como monaguillo.
Clodoaldo tenía la intención de convertirse en clérigo, pero antes de que pudiera decidirse, el Santos le ofreció una notable alternativa. El club le permitió vivir en el estadio Vila Belmiro que se convirtió, en los siguientes dos años, en su "orfanato", ofreciéndole la seguridad que no había conocido antes. "Había perdido mi trabajo y no sabía cómo sobrevivir. No percibía sueldo, pero en Vila Belmiro tenía donde dormir y algo de comer". El Santos se convirtió en su vida y actualmente es vicepresidente del club, posición que comparte con su antiguo compañero Pelé. Mantuvo asimismo su fe devota y no es sorprendente que donara su camiseta nº 5 de la final a una iglesia en Aparecida do Norte, uno de los lugares sagrados de Brasil.
Lágrimas de frustración y alegría
El goleador Jairzinho |
El centrcampista Tostão |
El ariete Gérson |
El 21 de junio de 1970 había amanecido con una lluvia torrencial y tormentas de rayos y truenos. Félix recuerda los momentos cuando subieron al autobús para ir al estadio: "Clodoaldo me preguntó lo que pensaba de lo que ocurriría y le contesté que cuando habíamos llegado a México, todos en Brasil contaban con que retornaríamos a casa antes de tiempo. Pero todavía seguíamos allí y ¡ya éramos segundos!. Sin embargo, el segundo puesto no era su destino. Brasil exhibió uno de los mayores espectáculos futbolísticos jamás vistos en una final del Campeonato Mundial. Jairzinho, el único jugador que había anotado en todos los partidos del Mundial, hizo honor a su apodo "El Furacao" (el huracán), castigando a Italia con su séptimo tanto mundialista. Pelé y Gerson fueron los otros autores de la victoria que el capitán Carlos Alberto selló con el cuarto tanto.
Una persona que no vio claramente el último gol fue el pequeño Tostao. Admite abiertamente que "después del tercer gol de Jairzinho sabía que habíamos ganado y me puse a llorar de alegría. Jugué quince minutos con lágrimas en los ojos". Sus ojos fueron motivo de gran preocupación antes de la competición. Había sufrido un desprendimiento de la retina en un partido en setiembre de 1969 y tuvo que someterse a una arriesgada intervención quirúrgica. Su participación estuvo en duda hasta dos semanas antes de la partida de la selección a México. Después de la final, Tostao le regaló su medalla de oro al cirujano que había salvado su vista en señal de agradecimiento. Lamentablemente, cinco años más tarde volvieron sus problemas de ojos y tuvo que retirarse del fútbol definitivamente. Se recibió de médico y estuvo alejado del fútbol hasta 1997, cuando dejó la medicina y empezó a escribir artículos sobre fútbol. Sus columnas cuentan con un amplio círculo de lectores en Brasil.
Cuando se dio el silbato final, escenas de coloridas y enfervorizadas celebraciones dieron la vuelta al mundo gracias a la televisión en directo y Tostão apareció en la pantalla casi desnudo, sólo en calzoncillos azules, a causa de los fanáticos seguidores que trataban de llevarse algo de recuerdo de aquel histórico momento. Al día siguiente, la selección viajó de regreso a Brasil para unirse a una fiesta nacional que había comenzado la tarde anterior y que duró toda una semana. Cuando llegaron a Río, Jairzinho recuerda que "el viaje del aeropuerto a Copacabana duró cinco horas. Nunca antes había visto a tanta gente. Fue la fiesta de mi vida".
Apenas llegó Carlos Alberto con el trofeo Jules Rimet a Río, la copa fue robada y nunca más se la encontró. Quizás tampoco volvamos a ver un equipo tan excepcional como aquél.