Escribe JORGE CROSA
El derecho de opinar, de la libre expresión, es una conquista del hombre. Sobre cualquier tema. Piensa, se expresa y a otra cosa. La vida es eso. El pensamiento del hombre sobre tal o cual tema. Su razonamiento y su conclusión. Es, diría, propiedad exclusiva, intocable de la persona. Nada ni nadie debe interrumpir ese proceso lógico de interpretación de los hechos.
Por lo tanto, el principio básico de los comunicadores es el respeto hacia los demás, hacia la gente, hacia el pueblo que espera que, el periodista, dedicándose a tal o cual tema, le aclare y les diga los porqué y los cómo de tal o cual tema.
Pero si hay gente que trabaja en esto y se erige en primera figura, desconociendo el valor que tiene el planteo de los otros trabajadores, parece una falta absoluta de respeto.
Y he visto, escuchado y leído, con profundo amargura, que hay quienes, en esto del fútbol saben más que el técnico, que los jugadores y que los dirigentes. Así nomás, como lo lee.
Me da profunda pena, el sólo pensar que generaciones de hoy puedan pensar o creer que es así, porque “tiene experiencia”.
Nada más absurdo. En esto, se dan los dos casos. Puede tener más años, pero de ninguna manera eso le da el aval de ser el fenómeno de los comunicadores.
Y da pena, esto que analizo, porque, en lugar de preocuparse por enseñar a la juventud, hay una especie de egocentrismo acervado, rayano con la paranoia.
Hay gente que trabaja en los medios, no importa ni me interesa destacar cual, aquí y en buena parte de América, bueno, de lo que uno conoce por los años de tarea, que pretenden ser los propietarios absolutos de la verdad.
Tan absurdo como conocer el destino.
Y los veo hablar y escribir y gesticular y moverse como si fueran los directores de la ciencia y de la comunicación.
Desrazonable e infundado. Irrespetuosos para aquellos que sí saben e incomprensibles para los que se proponen estudiar sobre éstos temas de la relación humana, del periodismo en sí.
Da pena ver cómo llegan a cierta distancia en el camino y no se han percatado que no son nadie, ni lo fueron, ni lo serán.
Mucho menos esos “hurgadores” de noticias inventadas, tipo peste, similar al dengue, que para destacarse por cualquier motivo, son los impostores y tramoyistas de un periodismo que tiene que ser serio, investigativo, educador, pensante, motivador e ingenioso en torno a los temas que les toque vivir.
No somos rectores. Sí, observadores de mucho tiempo y periodistas de largos caminos …
El lector y su inspiración personal sabrá que esos personajes existen. Acá y acullá.
Lo dañoso y perjudicial para el periodismo todo lo sufrimos todos.
Que va … el pueblo conoce a los farsantes.