Escribe JORGE CROSA
Pierde el equipo. Se va el técnico. Es la regla. Observo la excepción: Pelusso. Ganador y se fue igual.
Siempre o casi siempre ha sido así. Los dirigentes quieren ganar, pagan (algunos) otros amagan, otros, directamente no lo hacen y quienes sí cumplen quieren ver los resultados. No voy a citar ni los equipos, no los técnicos, porque no importa. El hecho siempre ha sido el mismo. En Buenos Aires, por ejemplo, dura un poquito más lo novela. El caso Basile en Boca. El tema Gorosito en River. Tienen otros argumentos. Es otra formación deportiva. Allí anda en la vuelta, a cada rato, el nombre del Enzo para River. Diga que no tiene el curso y que él no le tiene muchas ganas al asunto, de lo contrario, ya sería el DT de los millonarios. Incluso, si llega a ganar D’Onofrio, quien sabe si no toma un puesto de Manager o Director General. Se verá.
Pero lo que quiero significar es que en Argentina se maneja de otra manera el tema porque son más profesionales, son más, hay más dinero, se trabaja de otra manera. Es incomparable un medio con el otro. Aquí perdés tres y afuera o en la puerta. Allá, no. Cinco, seis y reunión de comisión deportiva, primero y luego la directiva. Nosotros, que trabajamos allá, sabemos cómo se manejan los argentinos. Claro, hay más dinero, es otro mercado, se trabaja de otra manera. Con mayor disponibilidad, naturalmente.
Y por estos pagos, siempre “anda la calesita”. Hoy acá, mañana allá, pasado, ¿Quién sabe?. Es la vida de los técnicos. Si aciertan, son Gardel. Si no, violín en bolsa.
Es la ley. Y no hay que sorprenderse siempre fue igual. Si ganás, te quedás. Si perdés, te vas. Muchas veces se cometen injusticias. Pasa en la vida, ¿cómo no va a pasar en el fútbol?
Pero hay una característica que muchísimo tiene que ver con el “ir y venir” de los orientadores: su personalidad.
Podrán tener sus problemas, sus dificultades, sus conflictos, pero cuando uno recuerda, por ejemplo a Don Hugo Bagnulo, al mismo Juan Eduardo Hohberg, el último que nos ubicó cuartos en Mundial, en un Profesor notable, como José Ricardo De León, uno observa ejemplos de conducta, de vida, de enseñanzas.
Acaso eso sea lo que se va perdiendo. Se va alejando la clase. La categoría. La prestancia. La postura, esa condición de líder de grupo que nace con el hombre y la representa en cada escenario en donde muestra a sus dirigidos. Porque, al final, el fútbol es como el teatro, una obra que representamos todos los fines de semana y los actores deben estar cien por ciento, siempre. Y el director, ni que hablar. Un verdadero señor de la escena … deportiva.
Esperemos, junto a ésta reflexión, el próximo 10 de octubre y luego la Argentina aquí en casa.
Queremos ver dos sensaciones bien diferentes: el silencio de Quito y el aplauso del Centenario.
Queremos ser todos responsables, para darles ese empujón de victoria a Tabárez y sus muchachos. Entre el silencio y el aplauso, allí estará la celeste.
No lo considere imposible. La obra está escrita. El director la sabe. Los actores la conocen. Hay que estrenarla. Sólo eso. Estrenarla.