Escribe JORGE CROSA
Hay ciertas reglas en esto del fútbol que deben ser respetadas siempre.
Cuando uno se siente superior, hay que demostrarlo. Y Peñarol no tuvo ningún inconveniente en hacerlo. Ya es repetidor de victorias ante un Nacional apático, sin fuerza, deslucido e incoherente.
La superioridad aurinegra pasó por la jerarquía y clase de jugadores que no tuvo el tricolor. Citamos a Bueno, Pacheco, Omar Pérez, Estoyanoff, Darío Rodríguez, hasta que fundió las bielas, en fin, una actitud completamente distinta a la de su rival, que lo único que mostró fue, algún ataque de Vera y una descollante perfomance de su golero Alexis Viera. Y nada más.
En un fútbol en donde, justamente,no se destaca ni la clase, ni la calidad, Peñarol afinó esos conceptos, con la inyección de pasión de Saralegui, un conductor influyente, más que un técnico “Grado 5”, pero con la sangre caliente para generar esa corriente entre sus dirigidos, que, desde abajo, en donde están los problemas de cierre y demás, porque a Peñarol le llegan y tiene problemas, no Nacional, pero otros sí, por ejemplo River Plate o Defensor, en su momento, no los tuvo, en este caso, ya que el tricolor no tuvo actitudes ofensivas para siquiera probar a ver cómo andaba Biglianti.
Un tema que parece superado este de Peñarol con Saralegui y Nacional con Pelusso. Podemos estar equivocados, pero, por lo que se vio, con la fuerza de un ataque más voluntarioso que táctico, más impulsivo que estratégico, le sobró para destruir la tímida y pobretona voluntad tricolor que terminó como la camiseta que Richard Morales le tiró a la hincha de Peñarol: hecha pedazos.
En este juego hay que demostrar otra cosa. Y esa otra cosa es plantarse con todo, con toda la fe, aunque sea prestada, pero no querer perder. Y Peñarol no quiso perder. Y a Nacional dio la impresión que le diera lo mismo.
LA PASION SEGÚN SARALEGUI
Así fue la imagen del clásico. Uno con la pasión según Saralegui, el otro con la observación según Pelusso.
Ganó y con una comodidad que debería llamar la atención a la gente tricolor, el aurinegro, que tuvo un año irregular, pero que supo enderezar la nave y llegar a puerto.
Todo lo que se dijo, aquello de cambiar de orientador, que Damiani aquello y lo otro, que los dirigentes, que las elecciones, fueron silenciados por la victoria. Dueña y señora de la palabra clásica. Que termina con todas las discusiones y los disensos.
Ganar el clásico. Punto. Adiós a la gripe. Chau a la enfermedad, aunque, dentro de un rato, nomás, terminada la Liguilla, vuelvan a ruedo los problemas de siempre de un equipo grande como Peñarol.
Lo de Nacional es tristón. Porque no se le encuentra la vuelta. Si se confía en que Ligüera, el Chengue y Vera vayan a arreglar el asunto, están equivocados.
Si el domingo el que salvó lo que pudo y más fue Alexis Viera que lo ametrallaron como película de Bond, James Bond …
Falta una fecha. El entrevero está armado. Poco se puede saber en cuanto a quienes irán a una Copa o otra, Libertadores y Sudamericana. Lo de Defensor es otra cosa y se lamentan esa inesperada derrota ante Rampla, que no estaba en ningún libreto, como el empate entre River Plate y Danubio. Alguno tenía que ganar. Pero esto es así, cuando el juego no es tan bueno como se supone.
Por algo hace 20 años que no figuramos en el orden internacional. No es casualidad. Es ausencia de categoría. Clarito. Es posible que duela, que caiga mal, pero es la realidad. Falta clase. Aquella que supimos tener, que deberíamos tener, pero que no aparece.
Por más que el Estadio presente un aspecto fantástico de 55.000 personas, que Peñarol sea muchísimo más que Nacional, que se mantenga la incógnita sobre quienes irán a representarnos en su totalidad a las Copas internacionales, por todo eso y algo más, es que se desea una mejora imprescindible del juego que apasiona y atrapa corazones.
Es lo que deseamos todos. Volver a estar donde muchísimas veces estuvimos. Definiendo torneos internacionales, por buenos, por mejores, porque así era el fútbol uruguayo.
Mientras tanto, las sonrisas y los lamentos serán de entrecasa.
Es decir, lágrimas y sonrisas. Aquel vals sentimental de la guardia vieja.