miércoles, 4 de febrero de 2009

LA MISMA MISERIA HUMANA

Escribe JORGE CROSA

Como “sin querer queriendo”, volvió el fútbol a nuestro Montevideo, mientras se siguen estudiando los alambres de Jardines del Hipódromo.
Esta vez, nos decidimos a cambiar el lugar para ver el juego. Generalmente lo hacemos.
Olímpica, “pegándole” a la Amsterdam fue el lugar.
Con la sinceridad de siempre, hay cosas que no comprendimos y no la vamos a entender jamás. Más allá que cerca de 22.000 personas fueron a ver un milagrero resultado, nos dedicamos a analizar brevemente las acciones, los dichos, las actitudes de las barras (¿) bravas.

DEFICIT TOTAL DE RAZONAMIENTO

En primera instancia, antes de llegar al Estadio, vimos como iban llegando en camiones, a los gritos desaforados, ya “prontos”, con ingestas de todo tipo en el organismo y groseros, como agraviantes dichos. A uno, ya no lo sorprende que los peces vuelen, pero da lástima el retroceso, la degradación, la ausencia absoluta de respeto por los demás por ésta gente que se siente dueña y señora del espectáculo que brindarán los futbolistas, minutos más tarde.
Esta suerte de escapismo, propio de análisis sicológico, o psiquiátirico no tiene otra vuelta que la directa consecuencia de la droga, en todas sus manifestaciones, el alcohol, a como de lugar y un estado de excitación altamente peligroso para cualquier hincha, normal, ese que va a pagar la entrada y a ver el partido.
Ese no tiene lugar. Está casi sentenciado.

ELLOS TAMBIEN …

No solamente atemorizan al vecino, que no se mete con nadie, sino que se caen, se tropiezan, ruedan por las tribunas, se lastiman, se levantan y siguen gritando. Y no son tantos, siquiera unos cuantos ...
Del partido, creo que ni se enteran. Pasa de largo. Alguien les dirá, de vez en cuando, cómo van. Y justo Peñarol, que no es el propietario de estos anormales, botella en mano, cuando los controles lo deberían impedir, elementos cortantes, palos y lo que se le ocurra, ve cómo sus hinchas provocan el escándalo que los dirigentes tratan de impedir.
No es Peñarol. Ni Nacional, ni Montevideo, ni Buenos Aires, ni Asunción, ni San Pablo, es una locura generalizada, que se alinea por el lado del fútbol, porque se puede gritar de todo, hacer lo que se quiera, rodar por las tribunas, ir sin camiseta, sin zapatos, revoleando buzos, gritando insultos, agrediendo a la gente, cuando no, lamentablemente, tener que dar parte de un herido o de una muerte.

COMO UN ESPECTADOR MAS …

Ese es el panorama del fútbol de hoy. Visto, claro está desde la tribuna, no desde las cómodas cabinas de transmisión, en donde la cosa se ve, pero no se siente al lado, no se palpa el peligro de los “locos del cemento”.
No les importa nada. Verles los ojos, con sus pupilas dilatadas, naturalmente denuncian un grave estado de alteración, de provocación, de paroxismo injustificado, propio de un consumo exagerado de productos , baratos, caros, no importa, el caso es que los enloquece y con ello, transforman lo que tendría que ser un espectáculo en una tragedia.

TREMENDA IMPOTENCIA

Uno ve llegar los camiones, los ómnibus, en la forma que se bajan, como llegan y quizás piensen que eso es ser guapos. De los que van pa’delante.
Pobre gente. Repito que no es patrimonio uruguayo. Sino del entorno en sí que tiene el fútbol, en particular y acaso el basquetbol, en sus momentos de delirio.
Sentí una terrible impotencia. Porque pensé que, que tiempo atrás, uno podía ir con los hijos, luego vendrían los nietos y el fútbol es, casi, la vida misma del deporte uruguayo.
No se puede. No te dejan. Te amenazan con que algo siempre va a a pasar a consecuencia de la droga. No hay control que valga, ni policía capaz de evitar una masacre.
Pero es así. Visto desde una tribuna, como la Olímpica, pegado a la Amsterdam, en esta ocasión, cuando un equipo, como Peñarol que no se jugaba la vida porque venía herido de muerte de Medellín. Entonces, uno no comprende. Ni como periodista, ni como persona común que quiere ir al fútbol y lo obligan a tomar precauciones insólitas, en caso de decidirse.
Regresó el fútbol. La misma miseria humana. ¿Que tendrán que ver los profesionales?
Lo lamento.