Escribe JORGE CROSA
La historia dice y es verdad que los clásicos hay que ganarlos y a otra cosa. Y Nacional cumplió con el viejo axioma.
Venció, de penal, con un suspiro, por un error, por el agarrón en la camiseta del adolescente recién ingresado, García, Blanco y adentro. 1 a 0. Se terminó un juego mediocre, hace tiempo que lo son, pero hay que ganarlos. Y eso influye y da fuerza y ánimo en el espíritu del jugador. Lo demás, el palabrerío anterior, no sirve de nada.
Manda la cancha. Y la cancha dijo que Nacional fue el vencedor y gracias por todo.
Escasas llegadas, pero incisivas las de Peñarol que mostraron que Burián no es arquerito. En un clásico aparecen los que tienen coraje y el discutido golero tricolor puso su cuota de valentía y arrojo. Salvó dos situaciones peligrosísimas. Examen más que salvado.
Peñarol se movió irregularmente. Perdió la pelota, no supo qué hacer en la mitad del campo, no alcanzó con los pelotazos, una decena de Pacheco, que no pasó nada, ni de corner, ni de libre, el apagón de Pacheco y esa falta de fe en creer que se podía. Núñez, al comienzo, amagó, como todo Peñarol, amagó, pero no pasó más que eso.
Se fue el clásico en jugadas intrascendentes, Nacional dominó siempre porque metió más fuerza, mayor empuje, ante una pasividad, que terminó siempre en equivocaciones aurinegras.
Calidad no es lo que se pretende en estos partidos, sino la victoria. Si vienen juntos, maravilloso. Pero no es así, hace mucho tiempo que no es así.
Sergio Blanco, el penal y a esperar los exagerados cinco minutos de Larrionda para terminar un clásico que ganó el que correspondía.
Ahora Nacional busca el campeonato.
Es el último desafío.