Escribe JORGE CROSA
De otra manera, esto ya la escribimos. Ya lo pensamos, ya lo tratamos, ya lo discutimos y … ya no pudimos.
La violencia. Imparable, incontrolable, amenaza constante para cualquier sociedad del mundo, vive y palpita junto a éste deporte que es el fútbol, singularmente.
Ya les comentamos que los ingleses, hace un buen tiempo, pudieron frenar, acaso, éste fenómeno de locura del hombre, por la vía de la eliminación de todos sus equipos en la competición de la UEFA y de los Campeonatos del mundo.
Fueron años de exilio futbolístico. Terribles para las aspiraciones de todo tipo en cuanto a la importancia de los torneos, porque, ¿ para qué estamos jugando, si no nos clasificamos a ningún torneo internacional, que es el que otorga los dineros con que se maneja éste deporte?
Pero eso ya pasó. Sirvió. Fue útil para su momento, pero ya fue. La violencia, de alguna manera, como serpiente trapera, como que se durmió para después volver a atacar con mayor ferocidad.
No es patrimonio uruguayo la violencia, por supuesto.
Por ello, cuando observo que se forman comisiones (¿) para tratar de tomar medidas y proteger el espectáculo, al hombre que le gusta el fútbol, que le interesaría llevar a sus hijos o bien sus nietos o pasar una linda tarde de fútbol, a ese señor que le han castrado la diversión, me pregunto: ¿ qué pueden hacer o qué han hecho?
No. No será posible la sonrisa, ni el grito de gol, sin tener que soportar una andanada de insultos de los peores por el sólo hecho de festejar una conquista de su equipo. Prohibida la pasión. La matan. La destruyen.
Este pensamiento no va a solucionar nada. Lo lamento. Pero cuando veo un camión del equipo que sea, cargado hasta el tope, con botellas saliendo por las ventanillas, yendo hacia un juego de fútbol, veo que seguimos retrocediendo y que no tiene vuelta el asunto.
No es sólo en Uruguay, repito. Argentina lo sufre, Brasil, Perú, Colombia, en América donde usted elija. En Europa, quizás menos, pero, donde menos se piensa, allí está la violencia nuevamente presente y con una vigencia atroz.
Como si aquello de los ingleses no hubiese servido de nada.
Es que, evidentemente fue útil, deportivamente, por esos años, pero después, otra vez la imparable locura se hace presente en cualquier lugar en donde ruede una pelota. También en el basquetbol, por ejemplo, pero con menor frecuencia. El fútbol lleva mucha más gente y no todos van dispuestos a disfrutar del espectáculo.
“A grandes males, grandes soluciones”. Muy ejemplarizante la frase, pero inaplicable.
Vamos a ser bien claros: si se recurre a la represión, se les tilda de asesinos a los policías o a las fuerzas armadas, incluso en éste tiempo frenteamplista, quede claro.
No hay término medio. Antes porque eran colorados o blancos, hoy porque, la filosofía del Frente no permite la acción contra la brutalidad. ¿ Entonces?
Entonces, estamos como siempre y no porque las autoridades no ensayen métodos para aplacar, por lo menos, éste problema. Es que no tiene solución, simplemente, no la tiene o nosotros no la vemos.
Acaso recurrir a aquellas medidas de los británicos de sancionar a los clubes eliminándolos de todos los torneos internacionales e incluso locales pueda ser una de las formas de detener, parcialmente, la ira sin control y el atropello en el fútbol.
No sé. Pero en los últimos tiempos he visto como un reflote “a los viejos tiempos”, del “dale que va, no pasa nada” …
Insisto, no es problema exclusivamente uruguayo, pero el mal existe, cobra vida cada fin de semana (no sólo en el fútbol, vale aclararlo), ver los informativos centrales de nuestros canales nos muestra crudamente la realidad que estamos viviendo y no hay a la vista una solución, por lo menos, alternativa.
La sociedad enferma, parte mínima de la juventud destruída ya, no son, lamentablemente, lo que quisiéramos ver los uruguayos y el mundo.
Y en el medio de todo éste asunto, está el fútbol también. Pero no se ataque solamente a éste deporte.
Es el hombre que se convierte en bestia, por motivos conocidos y contra ése tipo de enfermedad mental, es posible que existan antídotos, pero la aplicación de los mismos, pone en peligro la estabilidad social de toda una nación, aunque suene a exageración.
Mientras tanto, desciende la edad de la delincuencia, ya 12 o 13 años parece que fuera normal el vandalismo, el ataque a personas ancianas, el desprecio por la vida, la condición en la que “superviven” estos muchachos, en fin, es un todo demasiado sustantivo para que pensemos que “arreglando” el fútbol o acomodándolo nomás, arribemos a una estabilidad vital, que tanta falta le hace a nuestra pequeña sociedad.
Aunque, claro, es una desgracia compartida por el mundo todo.