Escribe JORGE CROSA
El hecho que hayan concurrido 50.000 personas al Estadio Centenario, que se haya transformado todo en una gran fiesta futbolística como hacía mucho tiempo no se veía en Montevideo, que se hayan convertido nueve goles en un partido increíble donde el benjamín, River Plate, le ganaba con amplitud y comodidad al grande de siempre, Nacional, al cierre del primer tiempo y la gente estuviese pegada al televisor y a las radios en todo el país tiene un generador y responsable: Juan Ramón Carrasco.
Un auténtico anfitrión. El que hace regalar con esplendidez el fútbol a sus dirigidos. Gane, empate o pierda.
Para mí, el transformar a River en un equipo de competición con chiquilines, con goles increíbles, con una cantidad jamás alcanzada por ninguno en los partidos de un torneo del fútbol casero, con la valla menos vencida, (hasta ayer), fue obra de un estratega que llegó hasta donde pudo, con su poder de convicción, con su forma de ser, con su manera de encarar el juego. Carrasco es eso. Podía perder por KO pero se arriesgó a ello. Pero se la jugó. Como vale la pena hacerlo. Cansado estamos de concurrir con las computadoras para saber si nos clasificamos o no a los mundiales o a las copas Libertadores o Sudamericanas.
¿Qué esta vez no salió? Y bueno, no salió. Pero se la jugó. Y llenó el Estadio Centenario, como aquella vez el Danubio del Ildo Maneiro, los botijas de Walt Disney, ¿recuerdan? o aquella fantástica jornada matutina entre Bella Vista y el Topo Gigio del Huracán Buceo. Algo nunca visto.
Pues eso se vivió antes del juego River Plate y Nacional. Todo provocado, inducido, si me permite por la excelente campaña de River y la conducción de Carrasco.
Esta es la realidad. Le pisaron el poncho porque se lo jugó. Y fue figura igual el equipo chico ante el grande que lo apabulló al cierre porque no es tan sencillo el tema.
Entonces, si ayer fue crack, hoy no puede ser un matungo. Porque la gente tiene una memoria demasiado frágil y olvida fácil y rápidamente.
Fue notable lo hecho por River Plate, con la inquietud e iniciativa de Carrasco y recién se entregó ante Nacional, que jugó mejor que nunca, con una rebeldía desconocida y con un acierto poco común.
Pero no se integre a la frase común que dice que el pez grande se come al chico, que cuando las papas queman, que por algo el grande es el grande … no. No se afilie a ese concepto porque no es así. Los partidos se dan de una manera y listo. Ninguno es igual a otro. Por más antecedente con que venga uno pierde con el peor y viceversa.
Pero, antes de Nacional y River, lo mejor había sido, por lo menos este año, Liverpool 4, Peñarol 3. Los demás, comunes, buenos, malos, regulares.
Pero estos dos cambiaron las cosas. Y para bien. Porque ha quedado demostrado que se puede, que hay con quien jugar, que los pibes surgen y que los grandes se tienen que esforzar para vencerlos.
Eso es lo importante. Así es la competencia y así se debe comprender como tal. Un cambiante juego de avances, de pelotas peligrosas, de aciertos y errores, de nervios al por mayor, de todo lo que este notable juego permite.
Así se jugó Nacional 6 River Plate 3.
50.000 personas prontas para la función. Cumplieron. Más allá del resultado, lejos de pensar que fracasó Carrasco o el River de Carrasco, está el vibrante partido, el repunte tricolor, la estrategia de Pelusso, la fuerza de los tricolores, el concierto del primer tiempo de los darseneros y el desconcierto del segundo.
Una convocatoria que tiene tres responsables. Uno directo. Juan Ramón Carrasco y su estilo singular. Ese River Plate que acaparó elogio tras elogio y por supuesto, Nacional que ya conoce estos duelos y en una tarde de una fuerza espiritual notable, remonta un 0 – 3 para regresar a casa con media docena a su favor.
Como espectador uno querría muchos “Carrascos”, varios “River” y claro, los “Nacionales” a los que le canta el Canario Luna.
Inolvidable.