ENTRE GUAPOS Y COBARDES
Escribe JORGE CROSA
Esta nota no pretende frenar la locura del “saque”, del alcohol y de las barras bravas en el fútbol. No. Ni ahí. Es imposible. Pero sí recordar, sobretodo a la gente joven que por ahí andan dando vueltas en estas líneas, lo que era ser guapo.
No les voy a hablar siempre de lo mismo. Porque cometería el pecado de decir que todo tiempo pasado fue mejor, que no le ganamos a nadie, que somos un desastre y todo el verso que ya conocés, botija.
Pero lo que sí está bueno, es saber, por ejemplo, que, más allá del fútbol, conocimos al Pepe Sasía. Si de guapos se trata, el amigo nuestro querido por tantos otros, hombre de Treinta y Tres, de Treinta y Cuatro, tendría que haber sido por lo huevón, nos viene a la cabeza hoy que se habla tanto de la erradicación de la violencia en el fútbol y esas cosas que ninguna comisión y ningún gobierno uruguayo ha solucionado.
Conozco sí, que los británicos, los viejos piratas hidalgos, lograron frenarla con sanciones de hasta cinco años de no jugar en ningún torneo internacional más de la FIFA y de nada más. Ni al cricket pudieron jugar los flemáticos. Se aguantaron piola y ahora vas al fútbol y tomás el té con la patrona y los gurises en plena cancha del Manchester, por decirte algo.
Dije Sasía y ya escribió todo el mundo querido del verso, de la poesía, como Jaime Roos, como Enrique Estrázulas, como todos los cracks que fueron amigos del hombre. Eso era un guapo.
No por ejemplo, como se ve ahora en una canchita cualquiera, en primera de repente, que te fajan de atrás, te cabecean a lo campeón, te la dan afuera de pesado con cuatro o cinco padrinos, en fin, eso no es guapeza.
A mí, una jornada que había estado dura en el L’Avenir, sociedad de Gimnasia que me crió con mi adorado Profesor José Ricardo De León, me dijo: “ los guapos pierden, Crosita …” tranquilo, no te preocupés, ya vendrá la revancha. Y claro, a uno le gustaban todas y alguna había que perder.
Pero en el fútbol de hace un rato nomás, personajes como el Pepe Sasía, como el Peta Ubiña, que tan bien recordaron en un libro de escasa difusión pero escrito con el alma, del negro Alberto Avellaneda y Jorge Malfatti, hace muchos años, en ese fútbol había que meter y no rajar, como se vicha ahora.
No era cuestión de venir “sacaditos”, con aliento alcohólico, en barrita y patotearte. No. Era cuestión de jugar al fútbol y si no te gustó el baile, bueno, arreglamos pa’donde sea, pero frente a 40.000 personas no. No. Así no es. No es tampoco esperándote a la salida del estadio con diez fieras agazapadas para reventarte de atrás, en caso que vos fueras en victoria.
Así no es, viejo.
Entre guapos y cobardes, es una historia cortita, que les quiero referir, porque, se comentó mucho la piña que le metió Munúa al otro muchacho Aouate. Y bueno, que se yo, vaya uno a saber como fue el baile, ¿no?. No entro a defender la violencia, pero el que no sabe, no ve …
Guapo es ganar, dijo mi maestro de toda la vida, el Profe De León, cuando venís marchando 2 a 0 y no te dan las piernas.
Unos días antes de irme de EL PAIS, escribí ante la muerte del Pepe: Murió Sasía. EL CORAJE ESTA DE DUELO.
Y así fue, nomás. Esos eran corajudos, los cuentos que ya saben todos no los voy a repetir. Recuerdo al Pepe con su bar Yamandú, allá abajo en la Ciudad Vieja, cuando tomábamos alguna y una noche, el querido flaco Lujambio se nos durmió arriba del capó del Opel viejo. Y no pasó nada. Porque era otra época. Había jodidos también, claro. Pero era distinta la mano. No te esperan con el corte, ni con el plomito.
Era mano a mano. Y perdías y ganabas. Eso era ser guapo. Los guapos, repito, no siempre ganan. Eso sí, tienen revancha.
Si vale la pena, claro. Pero esta nota era para hablarles de estas cosas que quizás los jóvenes o los no tanto, no la tengan clara aún. Cuando las noches largas con el Sabalero, José Carbajar, “pantalón cortito” y con mi hermano del alma, que anda entonando sus cantares en el cielo, como Pablito Estramín, no tenían final y se nos venía la madrugada y el día.
¿Vio que arrancó como una nota de fútbol? Pues no se equivocó, es de fútbol, pero del otro lado del mostrador. Para conocer, ‘ta bien leer, pero si se vivió, mejor. Eran los momentos de un fútbol uruguayo en que Nacional y Peñarol, eran los mejores del mundo, años 1987 y 1988 y no le pegábamos a nadie. LES GANABAMOS A TODOS.
Eso es ser guapo. Si te pegan, te espero. Pero, con la leal en la gamba. A la vuelta te aterrizo. Ese es el fútbol.
No la barra brava, la de las entradas de garrón, la de los borrachitos de turno, los que empiezan con “vínico” en el boliche del barrio, bajan al estadio gritando gansadas, groserías, metiéndose con la gente, golpeando a alguno por ahí como uno ha visto: “ Dale a aquel gilastro que tiene el gorro del bolso” … “Tócale el or .. a aquel manya mi….”.
No, flaco que me estás leyendo eso no es ser guapo.
Guapo es sentir que sos el dueño de tu vida, el de tus hijos, el de tu vieja, de tu viejo, de tu mujer, porque le pegás bien de bien a la globa. Eso es ser valiente, negro.
Así hay que tratar las cosas en la vida.
Pero esta nota no va a arreglar nada, ni fue la intención. Pero sí recordar que los valientes tienen memoria, que los guapos de verdad son deportistas en acción, que sienten y sufren en la cancha como vos en la tribuna y que no les gusta perder ni a la arrimadita, como a vos.
Por lo tanto, para que no se hable demás, por las cosas que no se ven y se comentan, por las acciones que se dicen que pasaron y no se vieron, no se puede hablar.
Eso sí, si lo viste, lo viviste y te reventaron, dale que va.
Es imprescindible tu reacción porque la vida te lo manda, porque el corazón te lo pide.
Pero guapos, guapos, no andan con la “papa”, ni borrachitos, ni robándoles a las veteranas la chismosa de la feria los domingos, ni te amenazan con un corte, ni te ponen cara ‘e loco con la vieja frase: “Mirá que te quemo, hijo e’ p…”.
Bueno, empezó siendo una nota de fútbol.
Terminó siendo una nota entre guapos y cobardes.
Entre valientes y “patrinqueros”.
Esto no va arreglar la violencia, ni cerca, pero a alguien le tiene que llegar y no le pido que lo conmueva.
Pero sí que lo piense un cachito. Un pedacito de vida, nomás.